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domingo, 17 de noviembre de 2013

Batalla de San Francisco



Para tener una mejor comprensión de los acontecimientos a partir de  la batalla de San Francisco, es necesario retroceder al dos de noviembre de 1879, fecha del desembarco de las tropas chilenas en territorio peruano, dando comienzo a la campaña terrestre luego de perdida la campaña marítima y muerto el inolvidable Miguel Grau y sus compañeros del Huáscar.

A las 5 de la mañana del  2 de noviembre  de 1879,  Chile emprende la campaña terrestre con el desembarco en Pisagua como primera acción. 19 buques en total llevarían a diez mil hombres en contra de los cerca de 1095 hombres encargados de la defensa del lugar  comandados por el coronel Isaac  Recavarren y por el general Buendía (General en Jefe del Ejército Peruano) que se hallaba ocasionalmente en el lugar inspeccionando el montaje de algunos cañones. La importancia que se desprendía de Pisagua era su posición como punto de partida del ferrocarril que se internaba a lo largo de 500 millas en el departamento de Tarapacá. Era, en suma, el modo ideal de internarse en nuestro territorio. El ferrocarril  debió  ser destruido luego de haber sacado a los civiles indefensos del radio de acción, pero la imprevisión y la cobardía de los maquinistas que abandonaron su puesto, determinaron que el ferrocarril quedara intacto en manos del invasor. Los dos primeros intentos de desembarco fueron rechazados por los nuestros, pero al tercer intento, y solo habiendo ya puesto pie en tierra siete mil chilenos de los diez mil, la pequeña tropa de Recavarren se vio obligada a retirarse. Nuestro punto  defensivo se hallaba situado en una extensión de menos de 200 metros de ancho entre el mar y un escarpado barranco; la defensa  se realizó no sólo sufriendo el embate de la escuadra enemiga y sus fuerzas que habían podido desembarcar, sino también contra el asfixiante humo proveniente de los quintales de salitre y carbón de piedra que ardían producto del bombardeo realizado contra la población civil y los depósitos del mineral. Tuvimos, del total de tropas que defendieron Pisagua, 941 bajas entre muertos y prisioneros, en una lucha que duró siete horas. Recavarren ante la imposibilidad de proseguir con la defensa se retiró con los escasos sobrevivientes hacia Dolores, en donde se les reunió Buendía. El 3, se unieron en Agua Santa con el batallón boliviano “Aroma”, batallón que había sido llamado a Pisagua  como refuerzo, pero  que al no haberse movilizado con la debida rapidez, no llegó nunca en auxilio de Recavarren y los suyos. En Agua Santa Buendía permanece hasta el 6, cediendo por completo la iniciativa pues no realizó acción alguna, como por ejemplo hostilizar el desembarco enemigo. El 7 se reúne con el grueso del ejército aliado en Pozo Almonte llevando consigo 1 500 hombres.  Mientras, en todo ese tiempo transcurrido se  dejaba desembarcar a los chilenos en total calma y tranquilidad. 

                                                                              

     ENCUENTRO EN SAN FRANCISCO
Al haberse colocado los chilenos en su desembarco en Pisagua, al centro de las fuerzas peruanas y bolivianas acantonadas entre Tarapacá y Tacna y Arica, se concibió el plan de atacarlos con ambos ejércitos. Para ese  efecto el general Buendía concentró sus fuerzas en la zona llamada Pozo Almonte para emprender luego su marcha sobre Pisagua mientras que  desde  Arica, partirían  3000  bolivianos al mando de su general en  jefe Hilarión Daza para atacar a los chilenos desde el frente contrario. Poco después se supo que considerables tropas enemigas ocupaban San francisco, lugar importante por sus fuentes de agua  y ubicado  a pocos kilómetros de Pisagua. Por lo tanto, las fuerzas concentradas en Pozo Almonte recibieron orden  de emprender la marcha contra el enemigo para atacarlos en combinación con las tropas de Daza, quien jamás llegó al punto de reunión, pues solo alcanzó el sur de Arica  hasta la quebrada de Camarones. Daza argumentó que el desierto era infranqueable y que las tropas se rehusaban a proseguir, por lo que decidió volver a Arica, abandonando al ejercito  de Tarapacá.

 
Buendía  había llegado el 18 de noviembre a la zona conocida con el nombre del El  Porvenir, teniendo al frente el cerro de San Francisco en donde se habían atrincherado los chilenos. El 19  los aliados se enteraron de la traición de Daza  y el desconcierto cundió entre las filas aliadas. Se acordó posponer la batalla para el día siguiente, pero un disparo casual hecho por  un soldado originó la desorganización;  no pudo evitarse que algunas compañías subieran a la carrera el cerro en busca de luchar contra el chileno, pero al no verse reforzados y muerto su comandante, el coronel peruano Espinar, se  vieron compelidas a retroceder. Como resultado se tuvo que emplazar todo el ejercito a la pampa, para tratar de ordenarse y ver qué actitud debía seguirse tras tamaño desastre, acordándose  las tropas peruanas retirarse a Arica, por el camino de Tiviliche. Las tropas bolivianas casi en su totalidad desertaron retirándose a su país y reclamando los sueldos que se les debía. Cáceres y Bolognesi figuran entre los comandantes de división que supieron mantener la disciplina de sus hombres para no sumarse al desconcierto y desorden general de los demás.

La misma noche del 19 de noviembre, se emprendió la marcha a Arica, formándose primero la artillería al mando del Coronel Castañón, luego la división del Coronel Dávila, después la del Coronel Bolognesi, luego la del Coronel Herrera y cerrando la marcha, protegiendo la retirada, la división al mando del Coronel Cáceres.
Como se carecía de mapas y no se atinaba el correcto camino, un soldado de apellido Durazno, perteneciente al batallón “Zepita”, se ofreció como guía ya que antes había trabajado en las salitreras de Tarapacá, pero al poco rato de haber iniciado la marcha  también se desorientó debido a los gritos y amenazas que le dirigía el Coronel Dávila, quien iba a la cabeza con el Coronel Suárez,  Jefe del Estado Mayor. Solucionado el percance por la intervención del Coronel Andrés A. Cáceres, se continuó la marcha hasta que se dio la orden en todo el ejército de “alto y silencio”. Sucedía que a la cabeza de línea, se había escuchado el movimiento de tropas por el flanco del ejército peruano, a poca distancia, por lo que Cáceres se ofreció a indagar si el movimiento era debido a tropas enemigas, pero una vez practicado el reconocimiento, resultó ser el batallón “Cabitos” del Coronel Herrera. Este batallón se había extraviado y marchaba indistintamente por todos lados fraccionado en compañías. Una vez reordenado este batallón, y por consejo de Cáceres, se pasó a inspeccionar toda la línea hallándose con la sorpresa que a la cabeza de la columna, donde marchaba la artillería, no había un solo artillero, pues estos incluidos su coronel, al oír la voz de “alto y silencio” y pensando que eran los chilenos que los tenían cercados, huyeron dejando las mulas, los cañones y demás material de guerra. Días después, todos estos  aparecerían en Tarapacá. Inspeccionada el resto de la línea, se halló a todas también fraccionadas y desorganizadas con la excepción naturalmente, de las divisiones al mando de Bolognesi y la del propio Cáceres. Ante tal situación se decidió continuar la marcha al día siguiente, por lo que se pernoctó en la pampa. Al reanudar la marcha a la mañana, se notó que se había tomado el camino hacia Tarapacá, y no el camino que correspondía a Tiliviche, por lo que se decidió proseguir por ese camino a través de la infernal Pampa de Tamarugal, sufriendo todo tipo de penalidades. El Coronel Suárez, adelantándose al resto del ejército, llegó a la aldea de Tarapacá el 21 y logró  se  preparara alojamiento y rancho a las cansadas tropas, que hambrientas, descalzas y con el uniforme destrozado, llegarían el 22 por la tarde. Otra medida fue ordenar al Coronel Ríos, que guarnecía Iquique, abandonar ese puerto y reunirse con las tropas de Tarapacá. Ríos, recibida la orden, dejó el mando al Prefecto General López Lavalle, quien a su vez delegó funciones a los cónsules acreditados de Iquique, quienes a su turno cedieron el poco deseado cargo a los tripulantes chilenos de la “Esmeralda”, que se hallaban como prisioneros de guerra. De este modo el 23 de noviembre, llegarían los chilenos y sin ninguna resistencia (pues ya no había nadie) se adueñaron del lugar e inmediatamente  tomaron las medidas necesarias para la explotación de  nuestro salitre, lo que consiguieron el 5 de enero de 1880, al exportar los primeros mil quintales. Nuestra riqueza se convertía en poderoso revitalizador chileno. Ríos llegaría a Tarapacá el 26, con algo de 900 hombres, de los 1034 que tenía bajo sus órdenes.
El  ejército peruano encontró además de los artilleros fugados días antes, al General en Jefe, Juan Buendía, junto con otros jefes quienes habían abandonado el campo de San Francisco, dejando al ejército que tenían a su mando. Esta conducta fue censurada por varios oficiales, encabezados por Cáceres quien propuso el correspondiente juicio militar y posterior sanción, la que se llevaría a cabo días después en Arica, teniendo como resultado la destitución de todos esos jefes.
Como el pueblo no se diera abasto para albergar todas las tropas, se resolvió el día 25 enviar la división Dávila y la división Herrera a Pachica, a unos 15 Km., dejándose la división exploradora del Coronel Bedoya, la división Bolognesi y la división Cáceres, un total de 3000 hombres que junto con la división Ríos que llegaría el 26, serían los que enfrentarían a 3900 chilenos el 27.
 No había caballería ni artillería. Los artilleros que habían abandonados sus cañones en la retirada de San Francisco, formaban una columna de infantería. Muy poco mejoró el estado en el que se encontraban los hombres del ejército peruano en los 4 días de descanso hasta el 27, el día de la batalla de Tarapacá.´
Como señaló el coronel peruano Andrés A. Cáceres  después refiriéndose al encuentro de San Francisco, en realidad no fue el ejército chileno quien nos derrotó, sino que  fue el propio ejército aliado quien ocasionó su desastre ese día. Motivo fundamental de esa observación: la falta de disciplina y orden en el componente aliado. Esta escaramuza sin importancia real para Chile (siempre pensó que la batalla real se daría al día siguiente y que todo era tan solo el reconocimiento previo a las acciones) tuvo consecuencias funestas para nosotros pues fue causa de nuestra retirada desastrosa hacia Tarapacá, abandonando toda intención de ataque sobre Pisagua, como había sido el proyecto inicial. En San Francisco se pusieron de relieve dos verdades: la falta de disciplina de nuestras tropas y la inutilidad del mando en jefe.


Ricardo Loja del Castillo.
Noviembre 17, 2013. Lima.